Información general | Día Mundial de la Salud Mental

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Una cuestión prioritaria

El Día Mundial de la Salud Mental, celebrado cada 10 de octubre, busca visibilizar la importancia del bienestar emocional como parte integral de la salud general y promover acciones concretas para enfrentar los desafíos que afectan de manera desigual a distintos sectores de la población. Sobre todo, en un contexto de crisis social y económica, atravesado por la emergencia de nuevas formas de socialibilidad, mediadas por tecnologías digitales. Por Gerardo Codina Buenos Aires, 10 de octubre de 2025. La salud mental ha dejado de ser un tema marginal para ocupar un lugar central en las agendas sanitarias, sociales y educativas de todo el mundo. Cada año, el 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha impulsada desde 1992 por la Federación Mundial para la Salud Mental con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud. El objetivo es claro: generar conciencia, combatir el estigma y movilizar esfuerzos globales para mejorar el acceso a servicios de salud mental de calidad.

En 2025, el lema elegido por la Organización Panamericana de la Salud es Empoderar, Conectar, Cuidar: Fortaleciendo la Salud Mental Infantil y Juvenil en las Américas. Esta consigna refleja una preocupación creciente por el bienestar emocional de niños, niñas y adolescentes, quienes representan cerca del treinta por ciento de la población en América Latina y el Caribe. A pesar de ser considerados un grupo saludable, sus necesidades en materia de salud mental suelen ser ignoradas o subestimadas.

La salud mental no es un componente aislado de la salud general. Está profundamente entrelazada con el bienestar físico, social y económico de las personas. Trastornos como la depresión, la ansiedad o el estrés crónico pueden afectar el sistema inmunológico, aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares y alterar el funcionamiento cotidiano. Por eso, cuidar la salud mental es cuidar la salud en su totalidad.

Los problemas de salud mental no afectan a todos por igual. Las desigualdades sociales, económicas y culturales generan brechas profundas en el acceso a la atención y en la exposición a factores de riesgo. Las personas que viven en contextos de pobreza, violencia o discriminación tienen más probabilidades de desarrollar trastornos mentales. En el caso de los jóvenes, la exposición a situaciones de acoso escolar, abuso, inseguridad alimentaria o falta de redes de apoyo puede tener consecuencias duraderas que se extienden hasta la adultez. Estas dificultades se amplían por el impacto de las nuevas tecnologías de comunicación en la vida cotidiana, saturando de información y vínculos virtuales en reemplazo de nexos reales con personas concretas.

Según datos recientes, uno de cada siete adolescentes entre 10 y 19 años experimenta alguna condición de salud mental. La depresión y la ansiedad se ubican entre las principales causas de discapacidad en este grupo etario, mientras que el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15 y 29 años. Estos datos revelan una urgencia que no puede ser ignorada. La mitad de los trastornos mentales comienza antes de los 14 años, pero la mayoría no se detecta ni recibe tratamiento adecuado.

La pandemia de COVID-19 agravó esta situación. En América Latina se registró un aumento del treinta y cinco por ciento en los casos de depresión y un incremento similar en los trastornos de ansiedad. El aislamiento, la pérdida de vínculos, el duelo y la incertidumbre económica generaron un impacto emocional profundo que aún se siente en la vida cotidiana de millones de personas.

Además de los jóvenes, otros sectores vulnerables incluyen a las personas mayores, quienes enfrentan el riesgo de aislamiento social, pérdida de autonomía y enfermedades neurodegenerativas. Las mujeres, por su parte, suelen estar más expuestas a situaciones de violencia doméstica y sobrecarga de cuidados, lo que incrementa su vulnerabilidad emocional. Las personas migrantes, refugiadas o pertenecientes a comunidades indígenas también enfrentan barreras culturales y estructurales que dificultan el acceso a servicios de salud mental adecuados.

Frente a este panorama, es fundamental adoptar un enfoque integral que promueva la salud mental desde una perspectiva de derechos humanos. Esto implica garantizar el acceso a servicios de calidad, capacitar a profesionales, fomentar la participación comunitaria y desarrollar políticas públicas que aborden los determinantes sociales del bienestar emocional. También es clave invertir en prevención y en intervenciones tempranas que permitan detectar señales de alarma y actuar antes de que los problemas se agraven.

La salud mental debe ser entendida como un bien colectivo. No se trata solo de atender a quienes ya presentan síntomas, sino de construir entornos saludables que favorezcan el desarrollo emocional desde la infancia. Esto incluye escuelas que promuevan la empatía, familias que dialoguen sin prejuicios, comunidades que ofrezcan espacios de contención y gobiernos que prioricen el bienestar en sus agendas.

El Día Mundial de la Salud Mental es una oportunidad para reflexionar, pero también para actuar. Cada conversación que rompe el silencio, cada política que amplía derechos, cada gesto de cuidado cotidiano contribuye a construir una sociedad más justa y saludable. Porque cuidar la mente es cuidar la vida.


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